La presencia
femenina en la comunidad científica ha permanecido oculta hasta hace
bien poco. Solo con el resurgir del movimiento feminista en la segunda mitad
del siglo XX se ha ido conociendo su papel en la historia de la ciencia.
Muchas de ellas han realizado brillantes aportaciones desde la historia
antigua como la griega Hipatia que enseñaba la doctrina de Platón,
la naturalista alemana Hildegarda de Bingen del siglo XII, Mary Wortley que introdujo en Inglaterra
el método de inmunización frente a la viruela , y así
una larga lista como la resumida por Margaret Alic en su libro “ El legado
de Hipatia”.
En España Josefa Amar Borbón, en el S.XVIII fue una de las
primeras en reclamar el derecho de las mujeres a la educación y en
el S. XIX Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán defendieron
los derechos de la mujer a su incorporación al mundo laboral y social.
Las mujeres españolas llegaron pues al S. XX con escasas oportunidades
para su formación. Su presencia se admite en las aulas universitarias
desde 1868 , en 1880,una ley exigió el permiso expreso de las autoridades
académicas para admitir a las mujeres en la Universidad.
En 1882 dos mujeres se doctoran en medicina,
la Sociedad Española de Ginecología rechaza por entonces a Concepción
Aleixandre, quien en 1885 es médica del Hospital de La Princesa.
Sin embargo, mucho antes de que existieran las facultades de medicina eran
las mujeres las que se ocupaban de la salud de su familia, eran también
curanderas o matronas. Entre 1880 y 1900 solo 15 de ellas se licenciaron.
Fue a partir de 1910 cuando se las admitió sin ninguna restricción.
Una vez en la universidad se ha
mantenido el estereotipo de que las mujeres se dedicaban a las ciencias humanas
y los hombres a las experimentales y sociales.
Pero el repaso a las estadísticas españolas
muestra otra realidad, según Consuelo Narcea 1996, en 1910 el 52%
de las universitarias estudian medicina , seguida
de farmacia en un 25%.
Ya desde los años 30 ,según el CSIC , las cifras de alumnas
de las facultades de ciencias crece.
Después de la posguerra empezaron por
farmacia pero mientras el nº de alumnas crecía no lo hacían
las facultades y así empezaron a estudiar medicina y química.
En 1910 se funda en Madrid el instituto de Física y Química
llamado “Rockefeller”, fue el primer centro científico y en el trabajaron
unas 36 mujeres .
Algunas de ellas prosiguieron sus investigaciones tras la guerra como Carmen García del Amo
que se doctoró en el instituto de Fisiología y Bioquímica
del CSIC.
Por aquella época solo se aceptaba a la mujer soltera trabajar fuera
del hogar, si alguna mujer casada quería presentarse a alguna oposición
de ese organismo algunos miembros del tribunal se oponían.
La lista de mujeres que se dedican a la investigación ha ido creciendo
con el tiempo, pero no lo ha hecho el nº de mujeres que ocupan puestos
importantes en las universidades: son mayoría entre el alumnado y
se igualan al nº de ayudantes pero a medida que se sube en el escalafón
académico su nº disminuye, es lo que se conoce como
el efecto tijera.
Las reales academias son un reflejo
de ello:
En la Real Academia de medicina
la microbióloga Carmen Maroto es la única académica
, elegida en 1999, en la Academia de Farmacia hay 4 , la bioquímica
María Cáscales, la historiadora Carmen Frances, la farmacéutica
Carmen Avendaño
y la bioquímica Teresa Miras .
En la Real
Academia de Ciencias Exactas la bióloga Margarita Salas es la única
mujer desde 1988.
Todavía
hoy el reconocimiento de las mujeres como profesionales de la ciencia dista
mucho de estar acorde con su participación en la investigación.
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