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Cuando el Instituto de Puebla de la Calzada se planteó la posibilidad de tener un nombre, la figura de Diez-Canedo se propuso como una síntesis de muchos valores que aparecían en el proyecto Educativo: la visión amplia de la realidad, su cosmopolitismo, que le lleva a traducir al español la mejor literatura occidental (es memorable la traducción de Hojas de Hierba de W. Whitman), el ser una persona de su tiempo, comprometido con la transformación de su realidad; su implicación en cuantas iniciativas favorecieran el desarrollo cultural de todos y todas -en especial, su implicación con la renovación pedagógica del primer tercio de siglo-, su papel de animador del mundo de la cultura... pero sobre todo el compromiso con aquellos valores como la igualdad y la solidaridad, que le llevaron a volver a España durante la Guerra Civil, hacían de Diez-Canedo una figura admirable, como representante de una generación de españoles y españolas que lucharon por una sociedad más justa y libre. Esta es, creemos, la importancia de la figura de Diez-Canedo, hoy.

Biografía de Enrique Díez Canedo

Poeta, crítico, editor, traductor, ensayista, animador cultural, la vida de Enrique Diez-Canedo Reixa sintetiza en su trayectoria la intensa actividad social y cultural del primer tercio de siglo en España. image2
Nacido en Alburquerque (Badajoz), en 1897, se da a conocer como poeta en 1906, con el Libro de las horas; al que siguen otros poemarios (La visita del Sol, Algunos versos, Epigramas americanos) que pronto superan la estela modernista y sitúan su expresión poética en una esfera personal e inconfundible. Al tiempo, se da a conocer como crítico teatral y artístico, preocupado por la modernización de la escena española y el conocimiento de las corrientes europeas (no en vano participa de las inquietudes intelectuales del Novecentismo): gracias a Diez-Canedo se conocieron y apreciaron figuras como Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Max Aub o León Felipe.

 

Durante los años veinte y treinta combina su obra literaria y crítica con la participación encanedo iniciativas culturales y políticas de talante progresista de tanta importancia como la Liga de educación política, la Junta de Ampliación de Estudios, mientras colaboraciones en prensa (sobre todo en el diario liberal por excelencia, El Sol) y en las revistas vinculadas a Ortega y Gasset y Manuel Azaña. Con el advenimiento de la República es nombrado embajador en Buenos Aires; en estos años será reclamado por universidades de Estados Unidos e Hispanoamérica para que muestre su conocimiento de la renovación estética europea y española.

 


El golpe militar que inicia la Guerra Civil le mueve a trasladarse, desde su cómodo puesto en Argentina, a España, donde se implicará profundamente en la defensa de la legalidad republicana: dirigirá la revista Madrid, colabora en Hora de España y participa como organizador del Congreso Internacional de escritores Antifascistas. Tras la Guerra, junto con otros muchos españoles tiene que marchar al exilio. Se instala en México y, pese a la edad y los dolorosos acontecimientos, no pierde el ánimo que le mueven a editar la revista Taller y su último libro de poesía en vida El desterrado. Murió en Cuernavaca en 1944.